Javier Riba

Javier Riba
13 de febrero de 2017

Profesor en la cátedra de guitarra del Conservatorio Superior de Música “Rafael Orozco” de Córdoba (España).  Discípulo de Manuel Abella, Marco Socías y Demetrio Ballesteros, ha recibido consejos de Leo Brouwer y Ricardo Gallén entre otros. Como concertista ha actuado en destacados escenarios como el Gran Teatro de La Habana (Cuba), en el Palacio Jamai de Fez (Marruecos), en el Auditorio Nacional de Madrid, en el Museo de la Música de Barcelona o el Gran Teatro de Córdoba, en recitales a solo, de cámara o con orquesta, bajo la dirección de los directores Leo Brouwer, Lorenzo Ramos, Manuel Hernández Silva o José Luis Temes.

Su primer CD «La guitarra soñada», dedicado a la música de Isaac Albéniz, fue seleccionado para los Grammy Latino y ha sido aclamado por la crítica internacional. Por su segundo CD «Aljibe de Madera», ambos en el selló Tritó, Javier Riba ha sido distinguido con la Medalla de Andrés Segovia por la Fundación que lleva el nombre del célebre guitarrista de Linares.

Muy vinculado a las guitarras históricas españolas ha ofrecido conciertos con varios instrumentos originales de Antonio de Torres (1859, 1868) y Vicente Arias (1900) a través de los cuales ha realizado importantes recuperaciones del patrimonio musical español: Ernesto Halffter, Jaume Pahissa, María Rodrigo, etc.

Comprometido con la música de su tiempo, Javier Riba ha realizado numerosos estrenos, incluidas primeras audiciones, de obras para guitarra solista y orquesta a él dedicadas por los compositores Angelo Gilardino, David del Puerto y Juan de Dios García Aguilera.

En su faceta de investigador cabe destacar su coordinación de las jornadas sobre Antonio de Torres, Angelo Gilardino y Miguel Llobet en el Festival Internacional de la Guitarra de Córdoba, y la edición de los volúmenes que recogen las conferencias dedicadas a estos personajes fundamentales de la historia de la guitarra.

El Intérprete

P.– ¿Tú cantas?

R.– Sí, diariamente, en mis clases, cuando estudio… La voz es el instrumento primero, y no solo me refiero a la voz cantada, sino fundamentalmente a la voz interior, en cuya búsqueda andamos todos los intérpretes. Durante muchos años, además, canté en coros. Recuerdo con añoranza mi época en los coros Ziryab y Atabal. El coro es la mejor escuela de músicos.

P.– Escribes sin palabras, compones y tocas. ¿Cómo se hace eso?

R.– Bueno, mi actividad como compositor es muy secundaria; fundamentalmente me considero intérprete y profesor. El intérprete es también, a su manera, un creador pues convierte en sonido una partitura que encierra, en sus convenciones y en su gramática, la idea del compositor. La partitura, por tanto, es una especie de jaula de oro, y el intérprete tiene que encontrar la manera de liberar al ave cautiva.

P.– ¿Interpretar es imitar?

R.– En cierta manera, sí. El intérprete no construye su arte de la nada. Hay toda una tradición detrás, consciente o inconscientemente, que condiciona la manera cómo sentimos y expresamos la música. En el caso concreto de la guitarra, sí se da mucho ese tipo de imitación. Los guitarristas de referencia establecen unos cánones de interpretación que son seguidos por legiones de aficionados que se convierten, en realidad, en intérpretes de interpretaciones. Liberarse de eso es muy difícil porque necesita de un acceso a fuentes fiables y de una reflexión crítica sobre el papel del intérprete.

P.– ¿Cuánto teatro hay en la música?

R.– Mucho. La música no solo se oye, también se ve; de ahí el increíble éxito de Youtube. Ese componente gestual puede ayudar a entender mejor la música. No obstante detesto los excesos; no me gustan los intérpretes que sobreactúan. Si el gesto es natural y nace de una necesidad de expresión, bienvenido; si por el contrario es una pose de cara al público –y no hay pocos ejemplos de ello– me parece una impostura que poco tiene que ver con la sinceridad que debe atesorar el intérprete.

P.– ¿Hay que grabar?

R.– Hombre, la grabación es útil y necesaria. Es la manera en que los intérpretes podemos llegar a otros públicos y legar al futuro nuestro trabajo. Piensa que nuestro arte es intangible: nace y muere en el propio acto de la interpretación. No obstante una grabación no puede preservar toda la riqueza de una actuación en vivo. A este respecto me gusta mucho recordar lo que decía el gran guitarrista Andrés Segovia: «En la grabación queda registrado todo menos la poesía, que se volatiliza».

P.– ¿Cómo o cuál es el éxito de un guitarrista?

R.– No lo sé. Tampoco sé muy bien qué es eso. Para mí el verdadero éxito personal es el que tiene que ver con la familia, con los amigos, con tus alumnos. Para quien no tenga esa perspectiva de poner en valor aquellas cosas que realmente tienen valor –quizá sea una reflexión propia de mi edad–, el éxito de un guitarrista se puede cifrar por ejemplo en tocar un concierto como solista con orquesta y que te aplaudan mucho. Pero esa felicidad y el éxito relativo que puede conllevar es muy efímero.

P.– ¿Qué se conserva en un Conservatorio?

R.– Uy, buena pregunta. Creo que en el lenguaje subyacen significados ocultos que dan en la diana de las cosas. Por ejemplo: a las decisiones de un jurado se les denomina fallo. Y a los centros de enseñanza musical académica, conservatorios. Chapó. No hay nada más conservador que un conservatorio. A veces funcionan más como un museo que como un centro de creación. Las inercias y los dogmas son muy difíciles de modificar. Suerte que en nuestro conservatorio se ha ido introduciendo la enseñanza del flamenco; una bocanada de aire fresco.

P.– A propósito del flamenco, qué opinión te merece esta eclosión de guitarristas flamencos

R.– Me parece estupendo. El flamenco es un arte surgido del pueblo que se ha convertido en una música muy sofisticada y culta. Es una maravilla comprobar el nivel tan extraordinario que tienen los jóvenes guitarristas flamencos que se forman en el Conservatorio de Córdoba. Desde la admiración y el respeto que siento por este arte, si me permites, me gustaría compartir una reflexión: echo de menos en el flamenco cierto culto al sonido. Se ha impuesto desde hace años, como sabes, el uso de la amplificación de la guitarra flamenca. Creo que este adelanto técnico ha permitido la difusión en grandes salas y teatros, pero ha terminado imponiéndose como un criterio de sonido, un canon, y todos los guitarristas flamencos sin excepción, incluso cuando tocan en pequeñas salas, usan la amplificación. Creo que el sonido natural –sin pretender ser ortodoxo ni purista– es uno de los valores que aún atesora la guitarra clásica. Y que conste que no estoy en contra de la amplificación; personalmente siempre la uso cuando toco con orquesta, sin embargo cuando la acústica lo permite no quiero renunciar al mágico y leve sonido de la guitarra.

P.– Guitarra clásica, flamenca, de concierto… ¿Tú cuántas tienes?

R.– Tengo varias guitarras, alguna histórica incluso, pero no tengo una guitarra favorita. Estudio por temporadas con cada una. A veces hasta la víspera de una actuación no decido con cual de ellas voy a salir al escenario. Es una cuestión de sensaciones y de complicidades. No creo que exista un instrumento tan íntimo como la guitarra: acariciamos con los dedos la materia sonora (las cuerdas) y sentimos la vibración de la caja en el pecho.

P.– ¿Quién es mejor guitarrista Jimi Hendrix o Stravinsky?

R.– Bueno, como sabes Stravinsky no es guitarrista, así que la respuesta es fácil. No obstante, como sé que la pregunta tiene trampa, te diré que no me gusta la distinción entre música culta –que puede representar una figura como Stravinsky–  y música popular –que podemos asociar a Jimi Hendrix– pues considero que hay que romper con los prejuicios que sitúan a la música académica o culta (no me gusta este último término) como superior a cualquier otra manifestación musical. Cada estilo tiene sus convenciones y su funcionalidad y en todos hay música buena, mala y regular. Creo que los ejemplos que me pones en la pregunta representan, en cierta medida, las cimas de dos estilos muy diferentes.

P.– Música recomendada por ti, clarostá

R.– Uy, yo soy un poco «rarito» en mis gustos musicales. Paso por etapas, no suelo escuchar siempre la misma música ni tengo unas obras de referencia que escuche regularmente. Voy cambiando. Me gusta mucho escuchar, por ejemplo, Radio Clásica de RNE y en especial los Podcast de «Música y significado»; un inteligente programa que sondea las historias y los significados que subyacen en las grandes obras clásicas de todos los tiempos. Últimamente estoy fascinando con Villa-Lobos y su serie alucinante de Bachianas Brasileñas, un maridaje maravilloso entre la música de Bach y las armonías, ritmos y danzas del Brasil. Quien no conozca estas músicas le recomiendo que empiece por la «Bachiana n.º 5»; es, sencillamente, mágica.

P.– La educación musical en España de 0 a 9

R.– En España nunca ha existido interés por la música, y de esos barros estos lodos. A la música se le ha asignado tradicionalmente un papel muy secundario en los programas de enseñanza y así llegamos a la situación actual en el que las distintas políticas educativas han excluido prácticamente a la música. Por otra parte las grandes instituciones de enseñanza y divulgación de la música, nuestros conservatorios y nuestras orquestas respectivamente, están sufriendo graves recortes económicos que ponen en peligro su futuro. La causa y la consecuencia de todo esto es un analfabetismo musical generalizado. Mira, si sales a la calle y le preguntas a cualquiera si ha oído hablar de Lorca, Machado o Cervantes te dirán con bastante probabilidad que sí, que saben quienes fueron, pero ¿qué crees que dirán si preguntas por Victoria, Scarlatti o Turina?

P.– ¿Cómo ves la guitarra clásica en la actualidad?

R.– El término guitarra clásica no me gusta mucho pero como etiqueta tiene su utilidad. En mi opinión la guitarra atesora uno de los patrimonios musicales más trascendentes de la cultura europea y latinoamericana y, muy en especialmente, de la cultura española, desde los tiempos de los vihuelistas del renacimiento hasta la actualidad. Lástima que hoy en día la guitarra clásica se haya confinado en un gueto muy reducido de aficionados guitarristas y no haya podido integrarse con éxito en las sociedades de conciertos y en los grandes ciclos de música clásica. En la actualidad han proliferado los festivales de guitarra donde solo va público guitarrista y esto tiene muy poca repercusión en la apertura hacia nuevos públicos. Pongamos un símil; pensemos por ejemplo en los mítines políticos: sirven para enaltecer los ánimos de los militantes pero no para llegar a nuevos votantes. Esto es lo que está pasando con la guitarra clásica y sus festivales.

P.– Quizá faltan referentes…

R.– En efecto. Desaparecidas figuras como Andrés Segovia o Narciso Yepes, los guitarristas de referencia en la actualidad no tienen la misma proyección fuera del ámbito de los guitarristas aficionados. En cierta medida la causa radica, en mi opinión, en el empobrecimiento del repertorio, y no por falta de literatura para nuestro instrumento sino por falta de imaginación de los intérpretes que redundan en los lugares comunes. Un ejemplo: el «Concierto de Aranjuez». Este concierto, que es una obra maestra indiscutible, ha terminando por eclipsar la rica literatura que hay para guitarra y orquesta, por una claudicación ante ciertos gustos conservadores de parte del público y ante los intereses de los programadores.

P.– ¿Tú lo has tocado alguna vez?

R.– No. Y no porque no me guste; simplemente porque no tengo nada nuevo que decir en esa obra. La enseño a mis alumnos porque es una obra que plantea muchos retos técnicos y musicales que todo guitarrista en formación tiene que afrontar, pero me ha parecido más interesante, cuando he tenido la oportunidad de tocar con orquesta, proponer nuevas obras o rescatar obras poco divulgadas.

Más información sobre Javier en su sitio web.

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