José Luis Temes

José Luis Temes
25 de noviembre de 2016

PEQUEÑO GRAN HOMBRE Y VICEVERSA

Maestro y amigo. Principal Director Invitado de la Orquesta de Córdoba durante dos temporadas recientes, su relación con esta data desde, prácticamente, sus inicios en 1993. Bajo su dirección, la OdC ha registrado 8 CD editados (aunque hay otras grabaciones pendientes de patrocinios para su publicación). Su inquietud vital va más allá –como quizá debería ser para todos– de lo estrictamente musical. Acaba de reestrenar en el Auditorio Nacional algunas piezas de María Rodrigo: una compositora española muerta en la relegación (como otras muchas y muchos), «silenciada pero no callada», porque hay alguien como él que les da voz. Y no para.
En fin, gente de este mundo, que pareciera ser de otros, y hasta pudiera.

A don Camilo Nobel le gustaba indicar en su extensa biografía que también había sido cinturón negro de judo. Usted que además de ser «Premio Nacional de Música», tiene una biografía espectacular como escritor, director de orquesta, investigador, productor o gestor, entre muchas otras cosas, ¿le gustaría destacar algo? Muchas gracias por esa presentación, pero es exagerada. Siempre prefiero que supriman esos otros epítetos y me presenten sencillamente como director de orquesta. Eso sí, con una enorme curiosidad por lo nuevo, por lo diferente y por los perdedores y olvidados (estas cuatro preferencias no son solo musicales, también lo son en cuanto persona).

Otro hombre prolífico como Fernando Fernán Gómez, añadía a su currículum que él no sabía montar en bicicleta, ni tampoco sabía nadar… ¿Qué no sabe hacer? Infinitas cosas: más que lo que no sé hacer, te diré algunas cosas que nunca he hecho: no he fumado jamás un porro, no me he emborrachado jamás (de hecho no creo haber bebido un litro de alcohol en toda mi vida), no me he subido jamás en una moto, no me he puesto unos pantalones vaqueros, nunca he estado en una manifestación ni procesión…

La vida que pasa con el metrónomo de sus días, horas, segundos, años, etc… ¿tiene compás clásico, flamenco o de jazz? Clásico y eventualmente pop, como distracción; los otros metrónomos los admiro profundamente pero no han sido ni son mi terreo.

¿Qué pasó en la música del S. XX español para que le dedique tanto esfuerzo y hasta dinero? La música contemporánea, y singularmente la española, ha sido y es mi terreno natural de desenvolvimiento. No es ninguna decisión consciente ni forzada, siempre me he encontrado muy a gusto en la estética de las llamadas vanguardias. Mi sensibilidad musical no necesita la tonalidad para nada. Le he dedicado infinitas horas a la música contemporánea y ojalá que vuelva a ser así, porque en este momento estamos bajo mínimos.

Además de usted, ¿hay alguien más en esta labor? ¡Por supuestísimo! Hay mucha gente que ha trabajado y trabaja admirablemente.

¿En qué lugar del mundo vive? y/o ¿dónde le gustaría vivir? Paralelamente a mi pequeña carrera como director he dedicado esfuerzo y tres libros al mundo que me gusta denominar «de los amores blancos». Ahí me gustaría vivir.

La música ¿es la vida e historia de los músicos? No, ese es un peligro de los que nos centramos en el entorno clásico: creer que la música somos la música clásica que se compuso en Europa en trescientos años. No es cierto: la música es mucho más que eso.

¿Los críticos musicales son buenas personas? Ja ja ja, no creo que ni mejores ni peores que el resto de los humanos. No comparto las ironías y desprecios que se suelen verter despectivamente sobre los críticos musicales en medios de comunicación. La buena crítica es absolutamente imprescindible. Sin una crítica solvente y seria, el engranaje musical funciona mucho peor. Lo vemos hoy día, en que prácticamente ha desaparecido la crítica musical en los periódicos generalistas, y eso es un desastre.

Dicen que la vida, incluso la cultural y hasta la personal, se ha politizado mucho. ¿Cree usted que es verdad lo que dicen? Todo lo que hacemos es política, en el fondo: cómo vivimos, qué comemos, con quien salimos a cenar, qué noticias leemos, qué medios de transporte usamos, a qué colegio llevamos a nuestros hijos… Musicalmente también: qué obras programamos, qué repertorio nos interesa, a qué conciertos asistimos…

No comparto la afirmación de que en la gestión cultural no debe entrar la política. Claro que debe entrar: qué solistas contrato, que repertorio cultivo, para qué utilizo el dinero y los recursos públicos de que dispongo… Gestionar la cultura desde una orquesta tiene mucho de político, claro que sí. Pero eso no es malo.

Una mañana, al pasar junto a un violinista que tocaba en la calle, una niña de unos siete años que caminada de la mano de su madre delante de mí, preguntó: «Mami, ¿qué hace ese hombre?». Y la buena señora contestó: «Como no tiene trabajo, toca música. Toca música porque no tiene trabajo». A usted que también escribe cuentos ¿qué le parece este? La madre responde con una verdad, no hay duda. El ejercicio de la música siempre ha estado ligado a la mendicidad y el servilismo. Incluso durante siglos, al mundo de los invidentes, pues era la forma de vida que se suponía inherente al hecho de ser ciego. El gran Barbieri construye una deliciosa zarzuelita sobre ello («Los dos ciegos»). Pero no hay que ser llorones ni derrotistas. Afortunadamente hace mucho que eso dejó de ser así y la sociedad moderna concede un gran valor al buen intérprete musical. Que las posibilidades de trabajo estén por los suelos es otro asunto, por otra parte, común a muchos otros quehaceres.

«Estamos tan acostumbrados a escuchar las mismas cosas, que hasta hemos dejado de creer que exista algo nuevo». ¿Le recuerda o le dice algo esto de Gurdieff? No conocía esa afirmación pero es una gran verdad. Al aficionado a la música clásica le ocurre exactamente lo contrario que al de la literatura (rara vez volvemos a leer un mismo libro), el cine (salvo en algunos casos, solemos ir a ver las nuevas películas que no conocemos) o incluso las músicas ligeras, en que nos interesamos por «lo último de…» o el estar a la moda. Esa frase supone el eje de mi preocupación como músico y como persona.

Sin la educación suficiente, el disfrute de la música (como del resto de las artes) es infinitamente menor, o inexistente. ¿Tenemos arreglo las personas mayores de 25 años? Cuidado con esa afirmación, porque es un espejismo. Todos los trabajos al respecto concluyen que el perfil medio del aficionado a la música clásica, en cualquier lugar del mundo, es mayor de 35/40 años (aunque por supuesto existen aficionados muy por debajo de esa edad). Quizá haya que asumir esa realidad, que nos demuestra que la música clásica requiere una cierta madurez intelectual que dan los años. ¿Eso quiere decir que es inútil la divulgación de la música clásica entre la juventud? No, en absoluto. Porque a lo mejor esa divulgación da frutos bastantes años después.

Siente/vive la Música ¿como una misión, una vocación, una pasión, un vicio…? Como una vocación que en algunos casos se vuelve apasionante. En mi libro «Quisiera ser tan alto…» hablo extensamente de ello.

Más información sobre este gigante musical en su sitio web

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